Chascos cotidianos

Digo ay, qué bonito se escuchan desde mi piso los pajarillos
y después me fijo y resulta que están enjaulaos
en el balcón del vecino.

Calculo hoy estoy guapa, seguro que al pasar me miran esxs chicxs,
y voy y me tuerzo el tobillo.

Presumo qué bien, al menos en mi pueblo aun quedan plazas de albero,
y voy de visita el finde
y veo que en la tierra amarilla han echao cemento.

Me pongo en plan hay que hacer algo, qué mal está el planeta,
y entonces, en mi barrio, piso una mierda.

Me endioso, miro una flor y empiezo a pensar poesía,
agarro mi cuaderno
y me sale esta birria.

Jimagua grande

Primavera de otoño

Huele a ráfagas de azahar y canela.
El gato me mira con sus ojos amarillos
y tuerce el labio hacia abajo
rechazando mis caricias.
El suelo está lleno de naturaleza muerta:
abejas y flores desorientadas y rígidas.
La primavera en otoño funciona
solo a medias.

Jimagua grande

Dónde el hogar

Es difícil sentirse en casa.
Es importante en primer lugar
escoger dónde cobijarse de la escarcha
que te cuelga en las costillas.
Encontrar quien te acompañe a encender una candela.
Busca después un sol que te alumbre
con luz amarilla y tibia
pero no tan dulce que te adormezca.
Son necesarios también los olores:
el que te lleve a tu recuerdo más limpio
ese es el aroma que han de tener las cosas.
Debe sonar por algún rincón
un arrullo manso de agua.
Que la brisa traiga los sonidos precisos
con los que acunarte cuando estés cansada.

No es fácil sentirse en casa.
Un hogar por ejemplo
está en la sombra fresca de una higuera fragante
sobre los terrones crujientes de tierra alborotada.
Un hogar por ejemplo
es el regazo de una abuela que canta un romance antiguo.
Un hogar siempre aparece
donde eres tan libre que te ríes
y te tiembla la boca y te tiembla el vientre.
No es fácil.

Quiero decir
en casa has de estar cómoda
sin ápice de tensión en las mandíbulas.
Quiero decir
en casa puedes desnudarte y bailar
sin preocuparte de que te vean por la ventana.

Es difícil encontrarlo.
Pero cuando lo hallas merece la pena
el camino yermo y la sed en los dientes.

X

Alix Cléo Roubaud. Si quelque chose noir

El tiempo no es absoluto. De eso saben más las locas que la física cuántica.

El tiempo se desorganiza. Quizás el cuerpo se pausa un instante. Y ya es tarde, de pronto. Y se desbarata el tiempo en las manos. Y ya atardece. Y se han deshilachado las horas y han intervenido tu tiempo con injerencias externas y han desorganizado tus delicada escombrera de pensamientos. Y se te olvidan las imágenes. Y se te olvida la palabra exacta que necesitas para darle cuerpo a la idea que por un momento parecía que te nacía en un rincón de la nuca. Y ya es tarde. Pero tarde para qué. Se paran las cosas. Y el pájaro en la ventana viene y se va y viene y se va y es lo único que continúa en movimiento. Hace horas que se iba a apagar el sol, pero aún no es de noche. Y no entiendes cómo. Y te acuerdas, tenías que ir. Pero te aterra que vean que sigues existiendo. Así que no vas. Y ya es mañana, otra vez. Y el tiempo sigue sin ser una medida fija que dé seguridad a tus días. Y finges de nuevo una rutina que el tiempo traiciona una y otra y otra vez.

Dejadme ser estéril

Dejadme ser estéril.
Improductiva.
Inútil.

Asumid como yo lo hice a su debido tiempo mi mediocridad.

No es por la languidez de mis miembros. Ni es pereza ni indulgencia. Es que no sirvo para esta realidad a la que me paristeis.

No estoy hueca. Yo soy un flujo continuo de universos. Pero alumbro criaturas estériles. Amo a mis criaturas. No les pidáis una altura a la que no pueden llegar. Son torpes y obtusas. Y las amo.

No nos azucéis ni os compadezcáis ni nos aconsejéis. No nos montaremos en esos andamiajes retorcidos mis criaturas y yo. Porque no sabemos cómo funcionan. No sabemos para qué nos sirve enredarnos ahí. Lo más probable es que bobas, flemáticas e indolentes os sigamos mirando tras el cristal.

No aportaremos otra cosa que nuestra nada.

Os pedimos que ya no más. Dejadme ser estéril.

Relatividad


El tiempo traspasado, de René Magritte

Ya es tarde.
Ya no lo quiero.
Ya no hace falta.
Ya da igual.

Un pasado no puede llegar a tiempo
para frenar su propio mordisco en la yugular.
Un presente se tambalea mordido,
cayendo sobre la mesa de partos
donde un futuro de almíbar
requiere una cesárea.

¡Es una niña!
Pero ya,
¿da igual?

Jimagua grande

Patitas de cucarachas

Te salen propulsadas cucarachas de las orejas
porque es de noche.
Porque el bulto entre las costillas ha ido creciendo
hasta destrozar clavículas, tiroides y martillos
y ha explotado en tus orejas
a las doce trece de esta noche.

Quisieras limpiarte los restos
pero te huelen las manos a lejía.
No te soportas cuando hueles a lejía
y por eso no te mueves.
Te quedas así tumbada
mirando al techo
sudando un sudor pegajoso
lamiendo patitas de cucarachas
que han caído sobre tu comisura izquierda.

Te quedas así.
Por un momento crees que entra aire por la ventana
y que se lo va a llevar todo.
Que vas a dormir fresca, limpia.

Te has equivocado en lo de la brisa.
Te quedas dormida mientras te cubre la tierra seca.

Como la avispa

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Con solo olerla,
hay un refugio primitivo en la higuera.
Hay una ola templada de dulce y de tierra.
Hay un calambre que me enhebra.
Hay un llamado de higo y de breva.
– Ven. Guárdate. –

Lo oye la avispa simbionte
durante ochenta millones de años,
y, fecunda de huevos y polen,
llega dispuesta a morir.

Lo oigo yo
y me arrastro como una culebra
buscando en su sombra mi nido.
Imploro asilo.
Y rezo al lar de la higuera
por un alto al fuego.

No me quiero morir como la avispa.
Yo pertenezco a una especie parásita,
colona, que pide, extrae, aniquila;
lo que sea para continuar viva.

Como la avispa, en mi nido,
yo también me multiplico.
Maduran y eclosionan en mi pecho
criaturas mías y más antiguas.
Algunas son fortísimos golpes negros,
vienen amenazantes y maltrechas.
Otras son pasos de luz de libélula,
llegan vibrantes y recias.
Las que no deben vivir no sufren,
se disuelven en el aire y las engulle la tierra.
A las que no mueren,
las alimento con la leche urticante de la higuera.

Jimagua grande

Boca paleozoica que sonríe al vacío

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He soñado que te salían helechos por la boca.
Venías andando de lejos,
encuadrado en un plano general de luz blanca.

Unos helechos húmedos, explosivamente verdes
te salían de la boca como tentáculos de pulpo arrugado.
Habían atravesado la edad de la tierra
para llegar a anidar en tu garganta.
Veía sus esporas impacientes.
Tiritaban nerviosas y fecundas
por ir a conquistar los riscos, la niebla.

Yo solo quería comérmelos,
esos helechos.
Lamerlos.
Morder sus tallos para sentir el crujido
y masticarlos hasta conseguir una bola verde llena de saliva.
Cortarlos como si mis dientes fueran un machete
para poder llegar a tus labios y a tu lengua.

Tú ibas contento,
algo de esa selva faríngea te hacía sentir orgulloso.
Avanzabas con la barbilla elevada y la boca muy abierta.
Yo quería comerme esos helechos.
Pero tú tan solo los exhibías. Sonriente.
Sonreías al abismo en blanco frente a nosotrxs.

La Jimagua Chica